La narcovida








Encontré este blog del narco por ahí. Contiene imágenes que le pueden joder a uno el desayuno si aún diferencia la realidad de la ficción.

La palabra narco, como la palabra terrorismo, se ha convertido en un tótem publicitario (narcoterrorismo es su más perfecta manifestación). El problema evidente de estos conceptos es que se vacían de contenido como algo que se fuera vaciando muy rápido, y al fin parecen no significar nada. Hay también metáforas e ideas tan fosilizadas y aburridas que producen instantáneo asco. Yo lo que más odio es eso de "tolerancia cero", y la única razón que puedo aducir es que me parece una mierda. Tolerancia cero contra "tolerancia cero" en este blog, mis queridos amigos, hermanos y ciudadanos libres.

Libertad va camino de convertirse en otra expresión vacía. O eso o lleva viviendo como un cascarón hueco los últimos cien años y más, si se piensa un poco.

El blog del narco está plagado de la etiqueta que le titula, como cabría esperar. Narcomantas colgadas de cartelones de autopista donde se pueden leer narcomensajes de apoyo o ataque a algún narcogrupo. Narcocorridos, narcomoda, narcolenguaje...

Sería extraño que en una sociedad tan sitiada por los medios de comunicación, y (no querría decir aquí curiosamente o sorprendentemente, en un arranque de cinismo fácil) paradojicamente también por la realidad, el término "narcovida" que titula la entrada fuera invención mía. De hecho, lo raro es que su búsqueda en google nos dé 311 respuestas tan sólo.

Puede que sea por exótico. Puede que sea porque no nos satura tanto aquí, al otro lado del Atlántico. Puede que sea porque lo mexicano mola (añadir aquí obligatorios tópicos sobre sociedad que convive con la muerte es sociedad más viva hasta estomagarse). El caso es que el apellido "narco" no me desagrada. En términos más profesionales habría que decir que aún tiene rendimiento, al menos para mí.

Si nos arrancamos por etimologías, narcótico, del griego, significa aquello que tiene capacidad de adormecer, embotar. Narco es sueño, sopor.

Narcovida sería, entonces, la vida adormecida, la vida de los sueños o la vida embotada. Gris.(Añadir aquí imágenes chorras sobre zombis en la cola del supermercado y zombis viendo la tele en el horario de máxima audiencia y zombis caminando hacia el trabajo y párrafos y párrafos de zombis)

Y sin embargo, narcovida, a la mexicana, significa otra cosa. Narcovida contiene los ingredientes "terrible" y "romántico" en el porcentaje que le pongas tú(todo depende de lo gilipollas que quieras ser en estos momentos, sentado donde quiera que estés). Lo más parecido que nos podemos encontrar en este mundo a Nucky Thompson, a Boardwalk empire y a Al Capone y a la vida en los bordes del fin del mundo. Aunque vistan peor.

¿Dónde estamos?

85 minutos de componendas







The set-up es una película de Robert Wise. Aquí se tradujo por entonces como "La Componenda". Se hizo en 1949. Supongo que ahora se le pondría más bien algo como "El arreglo" más aproximado, quizás mejor.

Es una película sobre boxeo. Es la hostia.

La vi por recomendación de un amigo y aluciné. Es perfecta. Todo en ella es perfecto. Asombroso. La manera de pintar los presonajes, el hecho de que transcurra a tiempo real ¡en 1949! es sencillamente increíble. Una pequeña obra maestra. O una gran obra maestra, depende de lo dramáticos que nos pongamos.

El guión da esa sensación que dan los buenos guiones de las películas que parecen pequeñas. Todo ese rollo de "mecanismo de relojería" tan socorrido a la hora de hablar de un buen guión. Una imagen que funciona muy bien pese a estar más gastada que algo muy gastado.

La película empieza con la "componenda" que da nombre al invento. El mánager de un boxeador fracasado negocia con un tipo que no sabemos quien es pero al que situamos en el bando de los malos porque lleva un bigotito sospechoso. Dicho arreglo consiste en que su boxeador caerá en el segundo asalto.

El mánager cobra cincuenta dólares.

También aprovecha para presentar a los distintos personajes que se van sentando en las gradas para ver el combate. Personajes sobre los que volverá una y otra vez (la mujer violenta, el tipo gris que se desata viendo como dos personas se revientan la cara junto a una novia que se encuentra horrorizada, el ciego con su amigo o familiar o criado que le narra del combate...).

Luego la cámara, con unos virajes geniales, nos lleva hasta la habitación donde un reloj despierta a Robert Ryan de una siesta previa al combate. Es él el boxeador fracasado, veterano y acabado a sus treinta y seis años. Discute con su novia (o esposa, es algo que no consigo recordar) quien le pide que deje de una vez el boxeo. Le habla del último combate, en otro pueblo de mala muerte, donde, tras perder, se pasó varias horas sin reconocerla. Le dice que no volverá a ver como le parten la cara, de nuevo.

Robert Ryan contrataca: con la ilusión de un primerizo, le habla de lo cerca que está, a un solo puñetazo de distancia, de llegar a combatir por las grandes bolsas, un par de combates más y comprar un estanco, un negocio, poder retirarse con algo. A un solo puñetazo.

Su mánager le traiciona, no le dice nada sobre el arreglo al que ha llegado, cuenta con que pierda para así no tener que repartirse el dinero. Después de todo, el protagonista está acabado y su contrincante es joven, prometedor. Llega al vestuario.

El vestuario lo comparte con otros boxeadores. El joven que tiene su primera pelea, el viejo, aún más viejo que él, totalmente sonado. El campeón prometedor. Ryan se asusta y anima al ver que sus pensamientos, las palabras que le dijo a su novia, son los mismos que los de los demás ahí presentes. Se asusta al ver que habla igual que el boxeador sonado, cuyo último gran combate pasó hace mucho tiempo. Se anima al ver que habla igual que el campeón, a punto de saltar al gran circo y dejar de pelear en puebluchos por bolsas de miseria. Se encuentra, quizás, en medio.

Los combates pasan, y van volviendo al vestuario, unos ganan, otros pierden. La pelea estelar, la del campeón, tiene lugar primero para que pueda conectar con las radios de la costa este. Al final le toca a él.

Y ahí está lo mejor de la película. La presentación de los arquetipos de espectadores, los primeros planos de sus actitudes, bestiales, desagradables, sirven ahora para que un combate de siete asaltos en tiempo real funcione en cine. Las conversaciones del mafioso esperando la derrota pactada. La novia que ha sido incapaz de asistir a la nueva paliza, todo confluye para darte perspectivas múltiples.

Los espectadores animan al jove púgil, y se burlan de nuestro protagonista, que, dicho sea de paso, no hace más que llevar hostias sin parar.

El mánager sonríe. Acaba el primer asalto.

El segundo asalto sucede como una guerra de trincheras, sin ceder. El mánager empieza a preocuparse. El combate sigue, los dos pegan como bestias. El joven púgil se enfada al descubrir que el otro no va a caer, le golpea aún más fuerte. Es más rápido y Ryan no puede esquivar los golpes, así que se contenta con tratar de responder. Un golpe por cada dos que recibe, abajo, al cuerpo. Le cuesta respirar.

Nuestro protagonista cae en el tercero, cae, dos veces, en el cuarto. Todos gritan para que se quede en la lona. Se levanta.

Las lleva y las lleva y las lleva. Se le abre la ceja, sangra, se niega a parar. Todos gritan, se burlan de él, piden que muera, que le maten.

Entonces llega el quinto asalto. Suelta un par de buenas manos y el combate cambia, se iguala. El mánager le pide que se tire, que si no van a matarlos. Asustado, le acaba por explicar el tongo. Nuestro héroe se niega a caer. Sale a pelear, gana el sexto a los puntos, se prepara para el séptimo. Sale fuerte, desde el centro del ring y empieza a ganar el combate.

Y es entonces cuando le joden a uno la peli. Y es perfecto.

Tenemos pocas oportunidades para la épica. Solo nos sirve, quizás, la de los perdedores. Crucificados con Espartaco. Una épica de pobres, nos gustan las revoluciones fracasadas, las oportunidades perdidas, los tiros al palo en el último minuto jugando con nueve por culpa de un árbitro comprado e injusto. Nos alegramos, cómo nos alegramos, cuando Robert Ryan comienza a doblegar a su oponente. Cuando intuimos que por fin uno de los nuestros va a ganar.

Y es entonces, decía, en el séptimo, cuando los espectadores bestiales, animales, que nos pintan odiosos, gente que grita, que pide sangre como en un circo romano, cambian de favorito.

Empiezan a animar a Ryan, piden que mate a su adversario, primeros planos de rostros desencajados y miradas de odio en personas que luego se saludarán en la cola del pan. Nos obligan a cambiar de perspectiva. Ya no podemos sentirnos como ellos, como aquellos a quienes la película nos ha enseñado a despreciar. No nos permiten ni un resquicio para la épica, para ninguna épica. Robert Wise nos deja sin componenda posible.

Luego pasan más cosas y la peli acaba más o menos bien. Y menos mal.

Ya está. Hasta la próxima.



Pd.

Aquí hay un resumen mejor que el mío de la peli. También cuenta el final por si a alguien le interesa

Comenta que en realidad no son ochenta y cinco minutos, habla de setenta y dos, supongo que tendrán razón. Pero dejaré el título así, creo.

Dos minutos de Rocky

"Tranquila, pared"
(Rocky en Rocky Balboa)

Las películas de Rocky son muy malas.

Lo son, al menos, desde la mayoría de los puntos de vista. Y desde luego a partir de la segunda son esencialmente horribles.

Las interpretaciones de los actores suelen ser penosas. Los combates de boxeo resultan ridículos. Los diálogos logran, en ocasiones, coronar cumbres de la vergüenza ajena. Rocky y sus secuelas son, según muchos, una mierda sin paliativos.

Y sin embargo hay algo decente en Rocky. En cuatro de ellas, si descontamos de la serie la innoble y prostituida Rocky IV, que podrían haber subtitulado “Rocky empieza la Perestroika”; y la quinta, espantosamente falta de inspiración hasta para los estándares en los que nos estamos moviendo.

Como decía, hay algo decente en Rocky, algo que ha llevado a que le hagan una estatua en Philadelphia y, sobre todo, que esa estatua mole. Un algo que está diluido en la solemnemente mala Rocky 3 y que verbaliza una y otra vez Apollo Creed con su “debes tener la mirada del tigre” “ya no tienes la mirada del tigre” “ahora sí, ahora ya por fin vuelves a tener la mirada del tigre” en lo que sería un resumen perfecto de las casi dos horas de película apostrofando las caras de Stallone, al que cuesta verle, la verdad, no ya la mirada del tigre, sino cualquier mirada digna de algún animal del orden superior. Pero en fin. Algo hay de la esencia de Rocky en esa peli.

Bastante más de esa misma esencia se puede encontrar en la última (hasta ahora) de la saga, “Rocky Balboa”, tamizada por una visión nostálgica que le sienta muy bien al “motivo Rocky” que es, en definitiva, lo que hace que este cachivache funcione.

Este motivo es, evidentemente, el entrenamiento como instrumento para el crecimiento personal, y este crecimiento en sí mismo.

La formación ganadora (Rocky, Rocky 2, Rocky 3) presenta una estructura básica más o menos similar o comparable. Para mí la más perfecta puesta en escena de esto que llamamos “motivo Rocky” se encuentra en Rocky 2, con el peregrinar por los antiguos puestos de trabajo en plena recesión (recesión de la que, por la única referencia política obvia, los culpables son los sindicatos) mientras sus problemas en el ojo le impiden boxear.

La misma situación se repite en Rocky 5 cuando, después de vencer al comunismo en la anterior entrega se ve obligado a vivir de nuevo en la pobreza de su antiguo barrio acompañado de unos daños cerebrales graves como secuela de sus combates.

Tras estos momentos tristes, llega la provocación, Rocky no quiere o no puede pelear, pero se ve arrastrado al boxeo por causas más o menos ajenas (en Rocky 2 Apollo le busca las cosquillas hasta que nuestro protagonista consiente; en Rocky 3 debe demostrar que sus años de campeón no han sido una falacia; en Rocky 4 su misión es vengar la muerte de su amigo; y en Rocky 5, exageradísima, debe asistir a la decepción, la traición de un joven al que había entrenado y que se había convertido en una figura filial para él, debe sufrir el escarnio, el insulto y, finalmente, que le hostien al cuñado para acabar peleando.)

Pero es entonces cuando llega la mejor parte, ahí donde Rocky gana. Y esta parte es el entrenamiento.

El entrenamiento perfecto (Rocky 2, Rocky 3) tiene dos fases. Una primera en la que el entrenador se enfada mucho. El actor de doblaje grita “¡pero qué diablos te pasa!” cada catorce segundos. Rocky lo intenta pero se ve incapaz de seguir el ritmo, está torpe, agarrotado. Tiene preocupaciones que le impiden concentrarse. Su mujer está enferma, o enfadada, o puede, como en la tercera, que nuestro héroe se vea atenazado por el miedo a tener miedo, no sé, cualquier cosa.

Llega, ahí, un momento de crisis, algo que hace que esté a punto de tirar la toalla (Adrianna, su esposa, entra en coma, o Rocky se queda bloqueado por el recuerdo de su última derrota). Entonces, en el filo de la navaja, es la mujer, fiel apoyo del hombre, quien hace que se recupere su fe, ya sea pidiéndole que gane desde la cama del hospital, o espabilándole con un esmerado discurso.

Suenan los acordes y todo se acelera, se prende de dinamismo. Los gritos del entrenador se transforman en un "¡vamos, Rocky, sigue así!" y Rocky, efectivamente, sigue así, cada vez más fuerte, más flexiones, más carreras, tiene de nuevo, si hemos de creer a Apollo Creed, la mirada del tigre.

Rocky alza los brazos, el gesto de triunfo. Ya está preparado.

La gran pelea, después de esto, resulta un epílogo, un anticlímax.

Rocky nos consigue vender, encerrado en esos dos minutos de canción, la ilusión de un renacimiento del ser humano, un cambio de mentalidad que se proyecta hacia el mundo exterior. Una sensación de fuerza, de fe, de juventud, que se puede comparar a la escena final de "Sostiene Pereira" en la que a Mastroiani se le podía ver, y esta vez sin necesidad de apunte por parte de Apollo, la mirada del tigre.

Dijo Javier Cercas que decía Bolaño que Fat City, de John Houston (qué manera de escupir nombres) era la hostia. Que hasta enonces, y aún después, las pelis de boxeadores contaban un ascenso, de lo más bajo a lo más alto. Y que las mejores, (Toro Salvaje en mente) contaban un ascenso y un descenso. Pero que lo de Fat city era distinto. Vidas de boxeadores fallidas, desastrosas y muy verosímiles. Vidas llenas de grandes sueños y de desidia y que pertenecen a personas que empiezan en lo más bajo y terminan, sin desplazarse en ningún momento por la vertical, en lo más bajo.

Fat city es más interesante y mejor que Rocky. Más real. De hecho, es más cercana a lo que es o fue, de veras, el boxeo. Pocos boxeadores la preferirán. No porque sean incultos o idiotas, ni mucho menos. De hecho, la tendencia en algunos de los que yo conozco a ser obsesivos en los entrenamientos también se traslada a una pretensión de exhaustividad a la hora de aproxiamrse a la cultura o a ciertos aspectos de la misma. Conocen Fat City y son conscientes, seguramente, de que si su vida se parece a algo es más a esa película que a cualquier otra. Y sin embargo...

Y sin embargo esos acordes de Rocky esconden algo muy real, una ilusión que lo enciende todo por momentos, que resulta casi física. Ilusión que creo que todos tenemos incluso en los peores días, aunque dure solo los dos minutos de esos mismos acordes. La ilusión que nos dice que somos los actores de nuestra vida. La percepción de que nuestra voluntad puede cambiar las cosas, y aún más difícil y mejor, cambiarnos a nosotros mismos. Suena la música y tenemos delante las escaleras de Philadelphia ¿llegaremos arriba? ¿alzaremos los brazos?

Suena la música.

ENCRU CIJ ADA

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves

Letra de Horacio Ferrer (Balada para un loco)





Qué complicado es cuando llevas un tiempo sin hacerlo. Qué jodido. La tendencia es encrucijarse en disyuntivas imposibles, por irresolubles, por cabronas y por inútiles. Todo lo que no sea "Mi Lenguaje" sale con la naturalidad de un kilo de plomo sólido apretujándose a través de la abertura de un tubo de pasta de dientes. "Mi Lenguaje" cuánta estupidez pedantería grandilocuencia. Palabras tristes secas como odiadas mascadas escupidas y falsas de toda falsedad. La desesperación más inútil e implacable en una ciudad que te hace decir todos los días que nada de lo que sientes es serio o verdadero. Como crucificarse a sabiendas de que no te crees nada, de que aquello que dicen tus doce amigos de "hijo de un dios" no es más que una broma o una exageración absurda. De que con los romanos tan mal no se está, de que qué cojones hago aquí, metido en tantos líos, si a mí todo esto no me va ni me viene, mientras Longinos te ensarta un hígado bastante castigado con una lanza herrumbrosa.

No creerse nada. No arrimarse a nada y sin embargo...
El ocio como mentira, follar como mentira, reír, desde luego, como mentira podrida de canción infantil y fondo triste.

Oropeles de un teatro de frenopático. Adelante.

The stuff is going on all so well. The fantastic fires run the streets like this is a miners city. Everybody thinking that somebody must do something about the cruelty and poverty of the life condition. Everybody obssesed in the do nothing thing. Like in the out of the action league. It seems the only people that act are the wrong acters. Only some pathetic revolutions seems worthy of joining in, while they lose every second a couple of yards, a couple of yards. But they are so far away... or not, not so far, just like a couple of miles a couple of minutes in another temporal dimension. The pathetic revolutions untraceables due to our lazyness, our fears, our lack of faith.

Like if in english better, uh, little bastard?

Tanto jugar y acabo por escribir una y otra vez la misma entrada.

¿Probamos por el principio?

Os dáis cuenta como en el preludio de ese tango le acaban por joder la vida al oyente con una puta frase. Todo normal, tontería divertida y argentina y, de súbito, "pero solo vos me ves" ¡qué putada! resulta que ahora el loco no es el tipo del melón en la cabeza, que ese tipo no existe, que nada era tan fácil, que salir a la calle con el ánimo más monótono posible no ha resuelto nada de la horrible situación que teníamos dentro. Ese que sé yo de las tardecitas de Buenos Aires. Ese que sé yo eterno y ubicuo.

Qué sé yo.

SERES YONKIS

Un humorista de la tele comenzaba siempre su rutina cómica con un grito, "Yonkis de Euskal Herria" "Yonkis de la dictadura" "Yonkis de Madrid" etcétera. Qué hallazgo, qué bien traído. Los seres yonkis. Enganchados, imposibilitados de escapar de aquello que nos vuelve más ilógicos, más imposibles, más nosotros.

Enamorados, creo que es la palabra (perros enamorados será seguramente el título de algún infecto poemario, será también verdad) enamorados de edificios interminables, iglesias quemadas y bóvedas destruidas más hermosas que las que están enteras, recién pintadas e iluminadas por lámparas, eléctricas y horribles.

Yonkis del vivir inmóvil, del tiovivo inamovible. Yonkis de todo aquello que nos hace parecer eternos, que nos hace sentir que la vida no se escapa, de aquel sentir inexplicable y jodido que nos dice que seguimos siendo los mismos que hace un minuto y que hace diez años, como un póster de Kurt Cobain que no nos atreviéramos a quitar y que ahora a medias tapa una estantería de Ikea en representación de una vida adulta que no nos creemos. Que es sólo pátina. Que nos es imposible a ratos y el resto del tiempo aburrida.

Yonkis de noches largas, de instinto y de alcohol que lucha por no ser vomitado. De callejones y baños de bares en los que entras sin pensar, casi sin ver, sabiendo. Sabiéndolo todo.

Yonkis del mundo, uníos. Como una llamada a las armas con los filos y la mente embotados. Un grito tan en broma tan en serio. Yonkis asomando a la superficie definitiva.

Decide Don Quijote cuando llega a la Sierra Morena que va a ponerse a llorar por amor. Desesperado, desnudo, reventándose la cabeza contra las piedras. Todo por imitar a unos héroes que, en momentos de despechada desesperación, así también obraron. Le indica Sancho Panza (que aquí actúa de antiyonki y de antídoto) que sus antecesores, antiguos caballeros andantes, tenían motivos para hacer lo que hacían. Para desesperarse y gritar y llorar y arrancarse el pelo y vomitar durante horas y meses y años.

Don Quijote contesta que entonces con más razón. Que si los caballeros lo hicieron motivados por algo, el hacerlo sin motivo requiere más cojones, resulta "como más la hostia, ya sabes" en palabras textuales. Don Quijote es un puto yonki. Un yonki de vivir. Como todos. Como yo.

ZETA

El final griego suena tan bién. Omega. Mucho mejor que la pobre zeta, que tampoco suena mal, pero que desde luego no llega a tocar nunca lo que puede agarrar omega como palabra.

Será culpa del zorro, de Costa-Gavras, o del propio idioma. Soy la a y la zeta, el nacimiento y la muerte. No sé, como que no es lo mismo.

¿Os habéis fijado que si ese "s" es una serpiente, y en eso estaremos de acuerdo todos, la zeta "z" es una serpiente electrificada? Una serpiente nerviosa. Hey, si se pudiera cerrar, en plan ouroboros, tendría más de alfa y omega que ninguna otra cosa, el fin que es a la vez principio y fin.

zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

Así, una zeta detrás de la otra, hasta el fin de todo. El principio de cada letra casi tocándose con el final anterior, todas las histéricas serpientes enlazadas como para aparearse. Nudos de serpientes que simbolizan, supongo, vida y muerte, y vida, y muerte.

"Superaré las corrientes gravitacionales,
el espacio y la luz
y envejecer no podrás."

Franco Batiato (El cuidado)

Curiosamente suena peor, quizás menos hortera pero peor, en versión original italiana. El mundo es extraño. Acaso no haya (parafraseo el blog de Vicisitud y Sordidez, maniáticos de estos versos, y a Félix Grande en el mismo puto párrafo) deseo o declaración de amor más imposible, más imposiblemente auténtica y más arrebatada.

Acaso.

He perdido de vista toda idea de convertir esto en algo con sentido. Traté, en un momento dado, de reconducir el invento. Una novela sui géneris sobre Barcelona, una reflexión sobre música, sobre libros, sobre cine. Traté de decir algo, muy indeterminado, con mucha determinación. Traté de decir algo, desde luego no mejor, pero sí distinto. No sé hacia dónde me dirijo ahora. Zeta. Obsesionado por letras, por palabras que me hablan.

Me repito, pues bien, me repito (soy pequeño y contengo multitudes).


Multitudes todo el día con las mismas historias, claro que sí. Como una trasnochada manifestación sesentayochista que toma las calles a las nueve de la mañana sin saber muy bien por qué. Como un enorme frío soplando en mitad del invierno. Como el último concierto multitudinario de una desconocida estrella del rock que sale esta vez a cantar blues, jazz, o a recitar poemas para despedirse de unos fans inexistentes. Como la persistente sensación de que nunca hay una manera buena de acabar una frase, un párrafo un loquesea. Nunca acabar

THE EMPIRE SMILES BACK

Las cosas viran tan rápido al ridículo que era de esperar. Ayer regresé al hogar a las siete de la mañana con la mano sellada como si fuera ganado, y dando tumbos por la casa. Me senté en el ordenador y escribí (muchísimo mérito, casi no veía las letras):

"Facebook y Fnac, Mercadona. Ikea y Google, claro. The empire smiles back.
Primavera sounds great excepto por las excepciones.
Primavera. The spring break.
Esto es escribir sin ritmo sin sentido (si he de decir algo en mi defensa hoy estoy ciego súper ciego)discoteca borrachera y una chica. La vida complicada y la gran ciudad y el todo vuelve a ser mucho más simple cuando te rechazan."


El mundo tiene a veces su componente de sol y de belleza y de bailar hasta perder el sentido. Ya sabéis, como que de vez en cuando the empire smiles back, y aunque le sigues viendo la misma risa a casi todo (una risa desagradable y tal) ésta reduce su cinismo esencial. Como que te ríes con más ganas. Y ya no tan odiando. Como que, joder, es primavera, hace sol, y tormentas que duran apenas una hora, y estoy enamorado.

Oh yeah!

SEGUNDO INTENTO

"Soltemos una jauría de perros rabiosos por la paz"
(Faemino en el Orgullo del Tercer Mundo)


Ikea Y Google, y Facebook, si quieres. El Fnac. The empire smiles back.

La mierda cae que te cae, como si dijera, pobre Newton, no le jodamos la ilusión, por equivocado que esté.

Y sin embargo, the empire smiles back: Primavera, y esta vez en serio. Renacimiento. Amor. Sol. Sonríes a la vida como siempre, cínico, perro, resabiado. Pero esta vez hay algo en el aire, un saludo o gesto que se te devuelve, que te impide seguir igual: igual de intenso, igual de idiota.

Eres más feliz, ah ah ah ah.

No recuerdo haber pensado nunca así la primavera. Para mí antes era más bien como San Valentín, como Navidad, como un anuncio (uno del Corte Inglés, o de Cocacola, you know, that part of the empire which actually didn't smile whatsoever).

De entre todas las dificultades...

Resumimos, por si no ha quedado claro:

Las tías son lo peor.


Canciones para el momento. "Hip Hop" como un himno con el que lanzarte a la vida. Entrénate, prepárate, enfréntate.

Common sense is self defense.

Levantarse como Taxi Driver, cien abdominales, cien planchas. La ciudad que te grita. Una sonrisa en la boca, un cigarrillo en la boca, zas en toda la boca. Todo se contagia de risa fácil, los mendigos los inmigrantes los árboles las chicas que caminan con la cabeza agachada y cara de prisa. Todo se contagia. Edificios graciosos y tiendas graciosas y la vida que es perfecta.

I feel like a soldier I look like a thief

Cada día con sus olvidadas palabras inolvidables.
Cada día te quiero.