ZETA

El final griego suena tan bién. Omega. Mucho mejor que la pobre zeta, que tampoco suena mal, pero que desde luego no llega a tocar nunca lo que puede agarrar omega como palabra.

Será culpa del zorro, de Costa-Gavras, o del propio idioma. Soy la a y la zeta, el nacimiento y la muerte. No sé, como que no es lo mismo.

¿Os habéis fijado que si ese "s" es una serpiente, y en eso estaremos de acuerdo todos, la zeta "z" es una serpiente electrificada? Una serpiente nerviosa. Hey, si se pudiera cerrar, en plan ouroboros, tendría más de alfa y omega que ninguna otra cosa, el fin que es a la vez principio y fin.

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Así, una zeta detrás de la otra, hasta el fin de todo. El principio de cada letra casi tocándose con el final anterior, todas las histéricas serpientes enlazadas como para aparearse. Nudos de serpientes que simbolizan, supongo, vida y muerte, y vida, y muerte.

"Superaré las corrientes gravitacionales,
el espacio y la luz
y envejecer no podrás."

Franco Batiato (El cuidado)

Curiosamente suena peor, quizás menos hortera pero peor, en versión original italiana. El mundo es extraño. Acaso no haya (parafraseo el blog de Vicisitud y Sordidez, maniáticos de estos versos, y a Félix Grande en el mismo puto párrafo) deseo o declaración de amor más imposible, más imposiblemente auténtica y más arrebatada.

Acaso.

He perdido de vista toda idea de convertir esto en algo con sentido. Traté, en un momento dado, de reconducir el invento. Una novela sui géneris sobre Barcelona, una reflexión sobre música, sobre libros, sobre cine. Traté de decir algo, muy indeterminado, con mucha determinación. Traté de decir algo, desde luego no mejor, pero sí distinto. No sé hacia dónde me dirijo ahora. Zeta. Obsesionado por letras, por palabras que me hablan.

Me repito, pues bien, me repito (soy pequeño y contengo multitudes).


Multitudes todo el día con las mismas historias, claro que sí. Como una trasnochada manifestación sesentayochista que toma las calles a las nueve de la mañana sin saber muy bien por qué. Como un enorme frío soplando en mitad del invierno. Como el último concierto multitudinario de una desconocida estrella del rock que sale esta vez a cantar blues, jazz, o a recitar poemas para despedirse de unos fans inexistentes. Como la persistente sensación de que nunca hay una manera buena de acabar una frase, un párrafo un loquesea. Nunca acabar

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