85 minutos de componendas







The set-up es una película de Robert Wise. Aquí se tradujo por entonces como "La Componenda". Se hizo en 1949. Supongo que ahora se le pondría más bien algo como "El arreglo" más aproximado, quizás mejor.

Es una película sobre boxeo. Es la hostia.

La vi por recomendación de un amigo y aluciné. Es perfecta. Todo en ella es perfecto. Asombroso. La manera de pintar los presonajes, el hecho de que transcurra a tiempo real ¡en 1949! es sencillamente increíble. Una pequeña obra maestra. O una gran obra maestra, depende de lo dramáticos que nos pongamos.

El guión da esa sensación que dan los buenos guiones de las películas que parecen pequeñas. Todo ese rollo de "mecanismo de relojería" tan socorrido a la hora de hablar de un buen guión. Una imagen que funciona muy bien pese a estar más gastada que algo muy gastado.

La película empieza con la "componenda" que da nombre al invento. El mánager de un boxeador fracasado negocia con un tipo que no sabemos quien es pero al que situamos en el bando de los malos porque lleva un bigotito sospechoso. Dicho arreglo consiste en que su boxeador caerá en el segundo asalto.

El mánager cobra cincuenta dólares.

También aprovecha para presentar a los distintos personajes que se van sentando en las gradas para ver el combate. Personajes sobre los que volverá una y otra vez (la mujer violenta, el tipo gris que se desata viendo como dos personas se revientan la cara junto a una novia que se encuentra horrorizada, el ciego con su amigo o familiar o criado que le narra del combate...).

Luego la cámara, con unos virajes geniales, nos lleva hasta la habitación donde un reloj despierta a Robert Ryan de una siesta previa al combate. Es él el boxeador fracasado, veterano y acabado a sus treinta y seis años. Discute con su novia (o esposa, es algo que no consigo recordar) quien le pide que deje de una vez el boxeo. Le habla del último combate, en otro pueblo de mala muerte, donde, tras perder, se pasó varias horas sin reconocerla. Le dice que no volverá a ver como le parten la cara, de nuevo.

Robert Ryan contrataca: con la ilusión de un primerizo, le habla de lo cerca que está, a un solo puñetazo de distancia, de llegar a combatir por las grandes bolsas, un par de combates más y comprar un estanco, un negocio, poder retirarse con algo. A un solo puñetazo.

Su mánager le traiciona, no le dice nada sobre el arreglo al que ha llegado, cuenta con que pierda para así no tener que repartirse el dinero. Después de todo, el protagonista está acabado y su contrincante es joven, prometedor. Llega al vestuario.

El vestuario lo comparte con otros boxeadores. El joven que tiene su primera pelea, el viejo, aún más viejo que él, totalmente sonado. El campeón prometedor. Ryan se asusta y anima al ver que sus pensamientos, las palabras que le dijo a su novia, son los mismos que los de los demás ahí presentes. Se asusta al ver que habla igual que el boxeador sonado, cuyo último gran combate pasó hace mucho tiempo. Se anima al ver que habla igual que el campeón, a punto de saltar al gran circo y dejar de pelear en puebluchos por bolsas de miseria. Se encuentra, quizás, en medio.

Los combates pasan, y van volviendo al vestuario, unos ganan, otros pierden. La pelea estelar, la del campeón, tiene lugar primero para que pueda conectar con las radios de la costa este. Al final le toca a él.

Y ahí está lo mejor de la película. La presentación de los arquetipos de espectadores, los primeros planos de sus actitudes, bestiales, desagradables, sirven ahora para que un combate de siete asaltos en tiempo real funcione en cine. Las conversaciones del mafioso esperando la derrota pactada. La novia que ha sido incapaz de asistir a la nueva paliza, todo confluye para darte perspectivas múltiples.

Los espectadores animan al jove púgil, y se burlan de nuestro protagonista, que, dicho sea de paso, no hace más que llevar hostias sin parar.

El mánager sonríe. Acaba el primer asalto.

El segundo asalto sucede como una guerra de trincheras, sin ceder. El mánager empieza a preocuparse. El combate sigue, los dos pegan como bestias. El joven púgil se enfada al descubrir que el otro no va a caer, le golpea aún más fuerte. Es más rápido y Ryan no puede esquivar los golpes, así que se contenta con tratar de responder. Un golpe por cada dos que recibe, abajo, al cuerpo. Le cuesta respirar.

Nuestro protagonista cae en el tercero, cae, dos veces, en el cuarto. Todos gritan para que se quede en la lona. Se levanta.

Las lleva y las lleva y las lleva. Se le abre la ceja, sangra, se niega a parar. Todos gritan, se burlan de él, piden que muera, que le maten.

Entonces llega el quinto asalto. Suelta un par de buenas manos y el combate cambia, se iguala. El mánager le pide que se tire, que si no van a matarlos. Asustado, le acaba por explicar el tongo. Nuestro héroe se niega a caer. Sale a pelear, gana el sexto a los puntos, se prepara para el séptimo. Sale fuerte, desde el centro del ring y empieza a ganar el combate.

Y es entonces cuando le joden a uno la peli. Y es perfecto.

Tenemos pocas oportunidades para la épica. Solo nos sirve, quizás, la de los perdedores. Crucificados con Espartaco. Una épica de pobres, nos gustan las revoluciones fracasadas, las oportunidades perdidas, los tiros al palo en el último minuto jugando con nueve por culpa de un árbitro comprado e injusto. Nos alegramos, cómo nos alegramos, cuando Robert Ryan comienza a doblegar a su oponente. Cuando intuimos que por fin uno de los nuestros va a ganar.

Y es entonces, decía, en el séptimo, cuando los espectadores bestiales, animales, que nos pintan odiosos, gente que grita, que pide sangre como en un circo romano, cambian de favorito.

Empiezan a animar a Ryan, piden que mate a su adversario, primeros planos de rostros desencajados y miradas de odio en personas que luego se saludarán en la cola del pan. Nos obligan a cambiar de perspectiva. Ya no podemos sentirnos como ellos, como aquellos a quienes la película nos ha enseñado a despreciar. No nos permiten ni un resquicio para la épica, para ninguna épica. Robert Wise nos deja sin componenda posible.

Luego pasan más cosas y la peli acaba más o menos bien. Y menos mal.

Ya está. Hasta la próxima.



Pd.

Aquí hay un resumen mejor que el mío de la peli. También cuenta el final por si a alguien le interesa

Comenta que en realidad no son ochenta y cinco minutos, habla de setenta y dos, supongo que tendrán razón. Pero dejaré el título así, creo.

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