Herejía y herencia (Acto I)

Fácil abatirse entre sonrisas. Como una marioneta de ojos borrosos, y tensas cuerdas. Con ese reconcome al fondo de la cabeza, como un ruido seco que se oye en medio de la noche silenciosa: que te eriza la nuca, que buscas, que encuentras, al fin, en el roce de tu cuello con la camisa nueva. Leve, casi inexistente, y que, pese a haber sido ya catalogado, constatado, desechado como intranscendente, sigue inquietándote, como un eco de otra cosa.

Como una sombra con el cigarrillo en la boca, como el cansancio de un turno nocturno inabarcable, eterno: lleno de sombras, de cansancio y sombras, luces y sombras; risas, lágrimas y sombras. Angustia y sombras y tedio y sombras y cigarrillos y sombras y linternas y sombras y teatros de sombras y sombras y sombras y sombras y diecinueve páginas de sombras.

Y grisedad es una palabra mejor que cansancio, mejor que tedio. Más densa y extensa que éstas, y también con ese aire tan apropiado de neologismo cutre, absurdo, miserable.

Y grisedad a las cinco y media de la mañana. Como una cancioncilla anticuada o la broma del día. Metáfora inútil la de la parsimonia (parsimonia de máquina de truenos) la de la poética (de agujas hipodérmicas) la de la lluvia (la lluvia).

Puede que la canción triste se termine entonces, agotada antes de nacer. Puede que sea fácil abatirse entre sonrisas, con una sensación que anuncia, ufana, que despertarse convertido en cucaracha pesaría como un impedimento más, llenaría un grado más de abatimiento, pero no cambiaría en nada la sonrisa. Sonrisa de cucaracha.

Soy sonrisa que barre colillas del suelo. Soy...


Ayer escribí algo en mi mente. O no en mi mente, quizás fuera un esfuerzo más plástico. Algo así como que escribí en el aire, volviendo a casa

Veintinueve mil soles brillaban en mi
Antes


Y algo más, mucho más, como derramándome en aquel autobús apenas diurno. Estúpido. Uno lo piensa, desde la óptica adecuada, y no hay nada más estúpido que uno. Que escribir en el aire mientras el sueño espera es de lo más estúpido.

Qué estúpida también esa absurda vocación de autenticidad: que te impele a buscar la verdad en salir de una discoteca centroamericana, borracho a las tres de la mañana, y disparar al aire con el brazo fuera de la ventanilla de tu coche, y en la radio sonando Los Tigres del Norte. Como si no fuera igual de falso, igual de impostado que hacer hamburguesas en Londres o jugar a la Play Station en Zaragoza, esperando por el bien que nunca llega.

Como siempre.

Y de nuevo el conformismo, constante. Aquí, sentado de nuevo, los ojos directos a la luz. Observando el desesperado vuelo de las polillas, y esperando ver por fin a ésa que consiga reventar esa puta bombilla. (Rima triste y final)

2 comentarios:

ir-n dijo...

Mi bien querido y futuro añorado;
empiezo hoy, así, por aquí, la lectura de tu blog. Lo hago con esta Herejía y herencia en este miércoles plomizo, grisáceo (abarque también tedioso, por supuesto) y me quedo ensimismada, pensando y recreando mil vivencias, mil emociones, mil instantes que parecen nada y están cargados de dramatismo, anhelos, y escalofríos.
Me respigo y sobrecojo.
Me gustan tus palabras. Me dan un toque de atención a la par que me mecen y adentran en la introspección.
Mañana otro rato contigo.
Muacka

ir-n dijo...

Ni te imaginas aún lo mucho que te voy a echar de menos...