267: REVOLUCIÓN DE LOS CLAVOS

Guión_Bajo no es mi nombre real, pero es el que es. Así me llamo aquí.
Mido un metro setenta y cuatro, peso ochenta y seis quilos (¿me imaginabais más delgado, cabrones? No pasa nada, yo también) y tengo treinta años. Cumpliré treinta y uno a principios de diciembre. Me siento más adolescente que nunca en mi vida, lo cual resulta casi imposible, porque, quitando los años de mi adolescencia, siempre me he sentido adolescente.
Vivo en una depresión nerviosa. Curioso el sentido de las palabras. No me refiero al término médico, sino a que estoy deprimido, y estoy nervioso. Me siento, sentado o de pie, cuando estoy despierto, y quizás también dormido, como lleno de una melancolía que se ha comido catorce anfetaminas. Una melancolía que se ha liado, que salía, lánguida, a tomar una, una nada más, un día entre semana, y de repente son las cinco y a las ocho entra a trabajar y está en un club lleno de gente enloquecida y la mandíbula le vibra y las piernas tiemblan y joder, para qué se habrá tomado las últimas cuatro del tirón. Y ahora qué hacemos, ¿eh, campeona? Piensa para sí misma la melancolía acelerada.
Hormigas y desasosiego en todas partes, resumiendo. Pero me repito una y otra vez, ¿verdad?
Este blog tenía otros planes, iba a estar mucho más lleno de entradas, divididas entre las Herejías, una manera grandilocuente y ridícula de llamar a los insultos a la Literatura que perpetro, poemas y mierdas así. Y las Herencias, aquellas reflexiones que me sugieren lo que leo veo oigo. Pero de un tiempo a esta parte me he mudado a una nueva ciudad, y siento que he mudado también la piel, y me siento en carne viva. Y esto se ha convertido en mi diario. Todo el rato a vueltas con el trabajo y el desamor y todo lo demás.
Me gustaba andar en moto. Mucho. Incluso antes de amanecido y con frío de ciudad del norte en invierno. Iba a trabajar y el viento en la cara traía con él toda la poesía de las grandes ocasiones. Leves instantes de euforia en algunas mañanas por lo demás candidatas a ganar el premio especial del jurado a La Normalidad (en la acepción más negativa que se le pueda dar a la palabra normal).
No sé por qué cuento esto. He vendido la moto hace un tiempo, vivo en otro lugar, por ahora no me planteo comprar otra (dificultades económicas en el marco macro, que conoceréis por los periódicos; y en el marco micro, que si yo os contara lo que gano…). El caso es que me gustan las motos, no las grandes, no soy un enamorado de la velocidad, pero sí un ciclomotor donde sentarte y hacer que las calles, las casas, queden atrás a tu paso como trenes saliendo de la estación.
Trato de encontrarle metáfora al asunto de la moto (tenía una vespa de 125) y soy incapaz. Simplemente está ahí: La vendí. Ahora viajo en metro. Fin de tan interesante historia.
Supongo que no se trata más que de formalizar el que este blog sea un diario abierto al mundo. Como gritos en un acantilado en el que dicen que a veces hay eco, y, en vez de gritar algo como “¡Eo,eo!” te pusieras a hablar de Hegel, y de lo que desayunaste esta mañana.
Un acantilado en el que dicen que a veces hay eco. Hay que tener fe y asomarse al abismo y preparar la garganta. ¿Tendremos suerte esta vez? ¿Cómo saber cuando gritar? ¿Dependerá de la dirección y velocidad del viento? ¿Del día de la semana? ¿Del humor de las piedras?

1 comentario:

ir-n dijo...

Grites hacia donde grites... acudiré al rescate. No importa nada más.
Siempre ahí para tí, mi querido...
Muas