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EL QUE GANE CONTRA MÍ (parte uno)


Reinvento a un tipo cuyo nombre no consigo recordar, “vivo en guerra con los hombres, y en guerra con mis entrañas”. Reviento al tipo, como decía, y miento, porque con los hombres no tengo más que escaramuzas. Lo serio, la pelea, como debería resultar evidente en un clasicista como yo, viene con las mujeres.


Es estúpido escribir: hacer magia con los dedos y ver como las letras, las palabras, emergen del fondo blanco de la pantalla, como cadáveres hinchados podridos y negros que asoman a la superficie en un mar de leche. Y ésa es, seguramente, la imagen más estúpida que puedo recordar haber escrito nunca. La más falsa, también.


Ahora mismo estoy en paro. Lleno, también, de un sentimiento injustificado de abandono. Como si el mundo entero me debiera algo, a mí y sólo a mí, y no se dignara a pagar. Supongo que, como sentimiento, se puede considerar casi universal. Me han pedido, también y por razones de trabajo (de conseguirlo, quiero decir), que escriba un mail, una historia bien redactada, una especie de memorándum en el que se lea cómo quiero ser de mayor. Da vértigo, en plena adolescencia treinteañera, escribir así sobre uno mismo.


Escribir algo así es como atragantarse de algo dulzón, empalagoso, una materia espesa que entra por la garganta y tenemos que deglutir, poco a poco, siempre al borde de la asfixia. Tragar y tragar una masa que nos envuelve, y que, descubrimos, tiene forma de ataúd o de crisálida. Una masa semipodrida que quizás antes fue nuestra propia piel y de la que debemos escapar masticando, devorándonos a nosotros mismos, como larvas de insecto.


En cualquier caso, muy asqueroso.


Creo que debería reventarme la cabeza contra un cristal ahora mismo. A ver qué pasa. De hecho, el pensamiento ha sido tan fuerte que lo he dicho en voz alta, y me he pasado la frente como en anticipación de esos divertidos momentos de dolor y cortes pringosos. Decía Tía Anica la Piriñaca que cuando cantaba a gusto le sabía la boca a sangre. Es una cita que le encanta a un tipo al que me encanta leer. A mí me sabe la boca a sangre todo el rato, o no. No lo sé. Es como una intuición de sangre.


Odio ciertas cosas de mí mismo, sobre todo entre semana.

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