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EL QUE GANE CONTRA MÍ (y dos)

Nació con el don de la risa, y la intuición de que el mundo estaba loco

Rafael Sabatini (Scaramouche)

Obvio el conflicto silencioso alrededor. Algunos títulos tienen sentido. Todo parece una pelea ajena. Todos, participantes afanosos. A ratos, desde un balcón lleno de hojas de otoño contemplo una calle un barrio una ciudad en guerra permanente. Me siento, en una silla de ruedas, me siento, ajeno y ufano. Grito, sin atreverme a abrir la boca ¡El que gane contra mí! Como un manifestante antitratado de Mastricht o un vendedor de aspiradoras atrapado en un alud de rocas.

El que gane contra mí. Abrumado por la estupidez y el frío. Es esa sensación de que nada tiene que ver exactamente conmigo y de que, cuando todo se resuelva, cuando me mire al espejo y me reconozca en él, cuando esté listo, saldré a pelear.

Subirse al ring del metro y el camino al metro y la cola del supermercado. Pararse frente a una oficina bancaria y entrar (importantísimas gestiones esperándonos) con alma y cuerpo y sonrisa amarga de gladiador.

Estar listo. Las cuerdas que nos encierran tensas como alambres de espino, amenazantes también, como tales. Estar listo, por qué no, para una pelea de fajadores, apretarse contra ellas sin miedo al dolor y a la sangre. Aceptar golpe por golpe, dos golpes por tu golpe, tres cuatro cuatrocientos golpes por cada uno que seas capaz de dar. Estar listo.

Y ganar.

Entrarle al mundo con voz clara, prepotente. “El que gane contra mí” mientras el cigarrillo a medio arder calienta los dedos.

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